sábado, 18 de febrero de 2012

#acampadabetis

-    Es más bonito como yo lo cuento.
-    Pero es mentira.
-    Qué más da.
-    Venga, cuéntalo.
-    Pues era la toma de posesión de Zoido en Sevilla, ¿no? En 2011, después de las municipales. Y estábamos todos los del 15M, una manifestación con un huevo de gente, rodeando el Ayuntamiento.
-    El 15M no, la Asamblea de Sevilla.
-    Mi coño.
-    Lo que sea. El tema era que los cabrones no se escapasen. Los tíos salían del acto, y empezamos con el ‘no nos representan’, pero luego la gente se fue calentando y empezaron a insultar. Que si ladrones, que si hijos de puta…
-    Una barbaridad, porque ese rollo no vale para nada…
-    Déjalo que acabe.
-    Eso. Que la cosa cada vez más heavey, escupiendo, y los policías histéricos y nosotros echados encima…
-    Pero si no estabas…
-    Pero déjalo que lo cuente… Decías que aquello estaba a punto de reventar, y…
-    Aparece Gordillo.
-    El alcalde de…
-    El presidente del Betis.
-    ¿Invitado a la toma de posesión del alcalde?
-    Sevilla es Sevilla.
-    Aparece Gordillo…
-    Y la gente se calla. Es como en plan ‘es el presidente del Betis, es uno de nosotros’. Él va enchaquetado y nos mira como con miedo, pero la gente está murmurando en plan ‘si es de pueblo’.
-    Que no era él. Si no estabas.
-    Y de repente salta un chaval: ‘¡Gordilla, sálvanos!’.
-    Buenísimo…
-    Y a él sólo le sale encogerse de hombros, mirar alrededor y decir ‘¡Es que estoy yo solo!’. Y la gente se empieza a reír y empieza a aplaudirle, y hasta alguno empieza ‘¡Beeeetis, Beeeetis!’.
-    Ahí te has pasado, ¿ves?
-    Es que es todo mentira. Él no estaba. Rafa Gordillo, el del Betis, tampoco. Y el que sí que salió y se quedó todo el mundo callado fue Sánchez Gordillo, el alcalde comunista de Marinaleda.
-    Pero es más bonito como yo lo cuento.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Faro

El farero bajó hasta el acantilado a cenar en un atardecer de mar tranquila, el chaleco raído, la chaqueta gastada y las botas resistentes. La sirena lo esperaba con la mitad de pez siendo lamida por las aguas y la arena raspándole lo codos, el pelo negro engalanado de algas pegándosele a las mejillas. Él se sentó en una roca y le ofreció un trozo de pan y algo de queso. Mientras comían, ella preguntó:
-    ¿Cuándo renunciarás a tu isla y me dejarás descubrirte los secretos del fondo del mar?
-    Debo encender el faro cada noche para guiar a los barcos.
-    Ya no quedan barcos. Sólo tú.
-    Eso no importa.
Cuando acabó con el queso, la sirena tomó impulso, nadó un poco y se sumergió. Regresó a la playa con la luz rosácea del anochecer arrancándole destellos pálidos de la piel húmeda y salada.
-    ¿No quieres conocer los palacios submarinos de coral, ni a los monstruos de luz de las profundidades abisales? ¿No deseas cogerme de la mano y hundirte conmigo en lo más profundo del océano, dónde nunca se me reseque la piel ni tú debas mirar la altura del sol?
-    Ni ellos ni tú me necesitáis. Los barcos sí.
-    Te lo digo siempre. Ya no quedan barcos. Sólo tú.
-    Eso no importa.
Ya no se veían con nitidez, sólo intuían la figura del otro en medio de una penumbra cenicienta, adivinándose por la voz.
Él se puso en pie.
-    Debo subir a encender el faro.
-    Mañana habrá mar brava. No volveré hasta dentro de una semana.
-    Te traeré una manzana.
-    Volveré hasta que te quedes sin nada y ni siquiera puedas encender el faro.
-    Los barcos me seguirán necesitando.
Ella sonrió, arqueó el cuerpo hacia atrás y, con un salto, se sumergió en el mar.
Él camino de vuelta a su hogar, como cada noche.

Los gatos del Albaicín

Los gatos del Albaicín descienden de los gatos alquimistas de los reyes nazaríes. Muchos afirman ser familia del mismísimo gato del sabio Ebben Bonabben, el preceptor del príncipe de la Alhambra, pero lo cierto es que casi ninguno puede demostrar un linaje que vaya más allá de los gatos callejeros de los años de la posguerra. Devoran palomas con la frialdad del carnicero, esperando por turnos con jerarquía selvática. Pero también usan sus garras y dientes para perseguir a la mala gente que camina, esos humanos sin rostro con mejor memoria para los ancestros pero incapaces de estar a su altura. Son sombras de ojos que refulgen por entre las cornisas y las esquinas, maullidos que se pierden sobre tejado invisibles. Son el testimonio de la magia nunca olvidada, los guardianes de esos otros gatos que dormitan en cajas de arena y han olvidado como cazar.

Los gatos del Albaicín poseen el orgullo de las casas reales en decadencia. Cuando contemplan un perro, no se rebajan a erizar ante él su pelaje, sino que se yerguen sobre sus cuatro patas y de un salto ocupan el saliente más cercano al intruso. Impasibles a sus zafios ladridos, los gatos del Albaicín desquician a los perros colocándose fuera de su alcance y siguiéndolos con sus miradas implacables de cazadores. Hasta que el amo llama y el perro se retira, con el desprecio del gato del Albaicín, sucio y libre. La única venganza del can es mancillar con sus desperdicios las calles que vigilan los mininos alquimistas, pero ellos son más sabios. Amo y perro se retratan ante los hombres nobles que les legaron el empedrado sobre el que defecan, y sólo el gato se revela como el heredero de aquellos.

Los gatos del Albaicín acecharon a los pistoleros de negro, a las casacas azules y a los hombres de hierro de centurias antiguas. Ahora esperan, pacientes, que pase el tiempo de los glotones y los hipócritas, que no merecerán ni las risas de sus bisnietos. Ronronean y encogen sus pupilas, afilan las garras contra la pared y se retiran de los bigotes la sangre seca de una paloma. Pues son los bastardos de alquimistas musulmanes con desheredadas hebreas y heterodoxos cristianos, y si algo les sobra es paciencia.

Qué es el miedo

    Ángela preguntó:
-    ¿Qué es el miedo?
José se rascó la barbilla. Levantó un dedo hacia el cielo.
-    ¿Recuerdas el perro negro, el que ladraba por la noche cuando eras más pequeña?
-    No.
-    Pues había uno.
Manolo levantó la voz desde su silla.
-    Sé lo que te va a contar. Era una noche en que estabas en nuestra habitación y jugábamos a lanzarte de cama en cama.
-    Qué burros.
-    Es que pesabas muy poco.
-    La cosa es que el perro ladró y se oyó por la ventana.
-    Y te llevaste las manos al estómago, nos miraste y preguntaste: “¿susto yo?”.
-    ¿Eso es el miedo?
-    El miedo era que no sabías que hacer. Sabías que el perro podía morderte, pero sólo si te podía alcanzar. Y, como eras pequeña, no estabas segura de la distancia, ni de qué había entre el perro y tú. Así que preguntabas, ¿me tengo que asustar? ¿Cómo tengo que reaccionar? Porque si no puede alcanzarme, no tengo porque tener miedo.
-    Espera, creo que yo tengo una definición mejor.
-    Mira éste. Tú qué vas a tener.
-    ¿Te acuerdas del cuento del gigante que dormía?
-    Sí. Creo que sí.
-    Yo no.
-    A ti nunca te lo contaron.
-    Pues cuéntamelo tú.
-    Era un gigante muy bueno que vivía en un bosque, y era amigo de todos los animales. Un día, el gigante se tumbó a dormir, y al día siguiente no se despertaba. No es que estuviese muerto, es que seguía durmiendo, aunque el sol estuviese dándole en la cara y sus amigos hiciesen mucho ruido alrededor. Todos estaban preocupados, porque querían mucho al gigante, pero no sabían qué hacer. Iba a llegar el invierno y tenían miedo de que se congelase. Hasta que un buho se posó en su oreja y, hablando muy bajito, le pregunto: “Gigante, gigante, ¿por qué no quieres despertarte?”. El gigante abrió un ojo muy despacito y le indico con una seña al buho que se posase en su nariz. Entonces, empezó a susurrar, muy bajito, muy bajito: “Cuando me quedé dormido, una familia de marmotas se metió en un bolsillo de mi camisa creyendo que era una cueva y se pusieron a hibernar. Si hablo o respiro fuerte, las dejo sordas. Si me muevo de golpe, las aplasto. Así que voy a hibernar con ellas hasta que se despierten y se vayan”.
-    ¿Y de qué tenían miedo los animales? ¿No habían pensado hasta entonces que el gigante podía aplastarlos?
-    Sí que se habían dado cuenta. En lo que no habían caído es en que el gigante también lo sabía. ¿Entiendes? El gigante sabía que, sí quería, podía aplastarlos, sólo que elegía no hacerlo. Y ahora tenían que vivir con la posibilidad de que un día cambiase de idea.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Carta de una subvención desconocida...

Fíjese, querido amigo, las vueltas que da la vida. Siempre pensé que estábamos, usted y yo, destinados a funcionar como uno solo en pos un objetivo común. Pero ya es imposible. 

Le escribo en las que son las últimas de mi vida. No se alarme. He vivido una buena vida. Casi 25 años entregado a los demás, mejor que peor. He ido creciendo. En tamaño, que remedio, pues la edad no pasa en balde y así son las circunstancias de la vida, pero también en objetivos. No tengo ya la ingenuidad de mis primeros días, pero las malas experiencias me han enseñado a ser más efectiva.

¿Qué puedo decirle? No quiero aburrirle con batallitas, pero le escribo para despedirme de usted, aunque nunca nos conocimos, y me creo obligada a presentarme. Siempre supe que estaba usted ahí, puede decirse que yo existía esperándole. Aunque tampoco se engañe. Hubo otros, muchos otros, antes. Pero habría podido usted esperar de mi, como decirlo, la ilusión por la entrega de la novicia.

Y ya le digo que tuve malas experiencias. Destinos inadecuados. Yo esperaba hacer una cosa e hice otra. Acabé en brazos de hombres que no me necesitaban, ni yo a ellos. Que me querían, simplemente, como un adorno, una frivolidad, que no atendían a lo que yo esperaba ni a quienes me prepararon habrían esperado de mi.

Yo siempre pensaba en gente como usted. El primero lo fue, y algunos otros. Me valoraban en lo que valía, no me creían un regalo, una frivolidad, un premio fácil. Acceder a mi no les resultó sencillo y me mimaban, como si temiesen que me rompiese y no volver a verme. Cuando tuve que separarme de ellos, fue porque ya no nos necesitábamos, y sucedió en los mejores términos. De alguno me separaron esos otros hombres. Pero prefiero no hablar más de ello.

Ahora, me dicen que me queda poco tiempo. Que es lo mejor para mí, y para usted, que me vaya cuanto antes. Amigo mío, si he de serle sincera, las maneras de estos doctores me recuerdan a veces a las de los hombres malos. Pero siempre he tenido que fiarme de esta clase de expertos, algunos como ellos me trajeron al mundo. Me debo a lo que soy.

Sepa usted que lamento no poder ayudarle. Espero, pese a todo, que pueda ser feliz. No me olvide.

sábado, 11 de junio de 2011

¿No os avergüenza, oh argivos, estar de nuevo atrapados entre empalizadas?

Se preguntará usted, ¿por qué empieza este muchacho su carta de presentación de esta manera? Todo tiene su explicación. Cuando esté usted repasando los curriculums, me identificará como ‘el que citaba la Eneida’. Quizás se dé la circunstancia de que no conoce usted la Eneida. No se preocupe, que yo se lo explico.

La Eneida es una epopeya escrita en el Siglo I por el poeta latino Publio Virgilio Maron, por encargo del emperador Augusto. La obra evoca el mítico viaje del héroe troyano Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Venus, desde la Troya destruida por los aqueos hasta el Lacio primitivo, sentando las bases de la posterior fundación de Roma. 

En la obra se reescriben toda clase de episodios provenientes de los poemas homéricos, la Iliada y la Odisea, como el enfrentamiento a los cíclopes en Sicilia o el descenso a los infiernos, que si bien Ulises realizaba viajando hasta más allá de las columnas de Hércules, Eneas afronta acompañado por la Sibila, a través de Cumas.

El poema, además, se considera una obra maestra de la propaganda política. Eneas presenta las virtudes del perfecto héroe cívico del Imperio bajo Augusto, anteponiendo al deber político y religioso que supone el encargo de la fundación de Roma por parte del mismísimo Júpiter a su amor por la reina Dido de Cartago.
Además, el emperador puede presentarse ante sus súbditos como descendiente directo de los dioses a través de su padre adoptivo, Julio César. En la mitología romana, Venus es hija de Júpiter –al contrario que Afrodita, producto del encuentro entre órgano castrado de Urano, arrojado al mar por su hijo Cronos, con la espuma de las olas–. Y Eneas, hijo de Venus, es padre de Iulo, fundador de la familia Julia, lejano antepasado del conquistador de las Galias.

Descubrí las estimulantes desventuras del último troyano durante una gripe, gracias a un libro de mitología romana para niños de la biblioteca de mi abuela. Leería la Eneida completa, en una traducción horrible, por cierto, ya adolescente. Y hace pocos años disfruté de una versión en cómic que lo recreaba en un universo de ciencia-ficción, donde Troya es un planeta y los exiliados huyen en naves espaciales, un poco al estilo de la popular serie de dibujos animados japonesa, Ulises31.

Por todo ello, y por cumplir los requisitos de disponibilidad horaria, pretensiones salariales y posesión de mascarilla, escoba y cubo de basuras propio, me creo perfectamente cualificado para el puesto de barrendero que su empresa oferta.

viernes, 4 de marzo de 2011

XENA II: ¿Fantasía de identificación lésbica?


Xena también se convirtió, con el andar de los capítulos, en una serie completamente intertextual e inserta en el imaginario freak y el mundillo del fandom. Además, el supuesto “subtexto” lésbico, que la convirtió en serie de culto para el colectivo homosexual estadounidense y de todo el mundo, dio lugar a piruetas curiosas. Por ejemplo, cuando la diosa Atenea hizo su aparición en la serie, fue como antagonista y luciendo una armadura dorada semejante a la de Sailor Galaxia, villana de Sailor Moon, el anime y manga de género shojo también célebre por la ambigüedad sexual –mucho mejor tolerada por la ficción japonesa y su público– de algunas de sus heroínas, muy especialmente la Sailor Urano, que prefiere vestirse y peinarse como un hombre a tiempo completo, creando toda clase de ¿simpáticos? malentendidos.

Mención aparte merece una serie tan inserta en el imaginario del fandom como The Simpsons, en la que hizo su aparición Lucy Lawless en un capítulo en que es acosada por un fan y que debe pasarse explicando que no es Xena, sino la actriz que la interpreta –en España incomprensiblemente “traducida” como “Lucy Sin Ley” en un arrebato de literalidad de los dobladores–.

Igualmente es célebre el número #16 del volúmen #3 de la serie de cómics norteamericana Strangers in paradise. Este tebeo por entregas, obra del guionista y dibujante Terry Moore –autor con una larga experiencia en televisión a sus espaldas–, se inserta en el género conocido en EEUU como slice of life, especializado en narrar escenas más bien cotidianas en las vidas de sus personajes sin mucho más argumento que las relaciones entre estos, y narra las vicisitudes sentimentales de la sensible y muy maltratada por sus múltiples exnovios Francine, su compañera de piso, mejor amiga desde el instituto Katchoo, enamorada de ella hasta las trancas nada en secreto, y David, un pretendiente de la coprotagonista que surge al comienzo de la serie. 


En el citado número, Francine y Katchoo se preparan para ver, “como cada jueves”, el capítulo de Xena: Warrior princess cuando la segunda recibe un golpe en la cabeza. Despierta entonces, en un tópico consagrado hace un par de siglos por Mark Twain, atrapada en la serie y convertida en Gabrielle, con Francine como Xena. El reparto de papeles no le satisface en absoluto, ya que es de sobra la más agresiva de las dos, en cualquier sentido, pero le cae en gracia por ser rubia y bajita en comparación al físico más imponente de su morena más-que-amiga. Durante el número acabarán encontrando a David en el rol de un Joxer igual de sensible que el de la serie pero más apuesto y con menos ansias de convertirse en guerrero. Igualmente popular entre los fans fue el intercambio de chistes con Buffy: Vampire Slayer, cuando Gabrielle leía el pergamino “Buffus: Cazaménades”.

La misma Lucy Lawless ha tenido diversas apariciones como estrella invitada en un buen puñado de series de televisión, y es un personaje habitual de las convenciones de fans. Destaca el papel central que ocupó en el remake de Battlestar Galactica –con un personaje que fue creciendo a partir de un cameo, de nuevo–, o en arcos argumentales de X Files y Veronica Mars, además de The L Word, serie de televisión norteamericana dedicada a retratar la vida de una serie de personajes con el único aspecto en común de ser lesbianas, o la comedia Two and a Half Men, en paralelo a una aparición anterior de su compañero en Hercules, Kevin Sorbo. Además, ha puesto la voz a Wonder Woman en las películas animadas de la Justice League of America y a uno de los personajes principales de la adaptación de Dragonlance.



Por otro lado, la serie comparte escenarios con la definitiva consagración del imaginario fandom dentro de la producción de ficción mainstream, lo cual es una manera muy rebuscada de decir que se rodó en los mismos lugares que lo haría posteriormente la trilogía de El Señor de los Anillos, pero con mucho menos presupuesto. Sam Raimi, futuro director de la adaptación al cine de Spiderman, es uno de sus productores, lo cual coloca en el reparto automáticamente a su hermano Ted, interpretando al torpón Joxer, y al escritor, director y actor de culto en películas de serie B, Bruce Campbell, que interpretó a Autolycus, ladrón con pico de oro que pone en aprietos a Xena y Hércules, y llegó incluso a dirigir un par de episodios de cada serie.

Hay que tener muy claro que Xena: Warrior Princess es una serie que interactuó constantemente con su propio fandom de manera mucho más directa de lo que puedan estar haberlo hecho recientemente, a pesar de la supuesta mayor accesibilidad, series como Lost o Héroes, por no salir del medio televisivo. Célebre es el caso de la escritora Melissa Good, autora de diversos fanfictions “Uber”, que acabó guionizando dos capítulos de la sexta y última temporada.


A estas alturas suponemos evidente que la insistencia en el aspecto sexual de las aventuras de Xena: Warrior Princess, no es gratuita. Para empezar, está asumida por gran parte de los fans y de la escasa crítica especializada que se ha ocupado de la serie como uno de los pilares básicos de su éxito, y la razón de por qué se ha constituido en una serie de culto entre colectivos homosexuales. Es relativamente fácil caer en el “no hay para tanto” desde la perspectiva española de 2009, pero aún hoy en los EEUU es muy difícil encontrarse con una representación “normalizada” de la homosexualidad en series de televisión en abierto y en horario de máxima audiencia. De hecho, la explicitud de la relación entre las protagonistas es muy relativa hasta las últimas temporadas, y los productores jugaron hábilmente a la ambigüedad para, en última instancia, subir los índices de audiencia alimentando el morbo, más que proponerse luchar por la libertad sexual. Entre medias, usaron juegos de la ficción, como atrapar a Xena en el cuerpo de un hombre y que fuese en esta forma en que besase a Gabrielle por primera vez, o dobles sentidos en los que se suponía que las protagonistas sí mantenían una relación pero no se mostraba en pantalla, del mismo modo que no se suele ver a los personajes comer o ir al baño. Tantos “puntos de fuga” en el mundo de ficción alimentaron las relecturas y los fanfiction durante los seis años que duró la serie y aún hoy, cuando se mantiene como serie de culto y sigue vendiendo DVDs y abundante merchandising.

Hay que señalar que por cada estudio que define a Xena como heroína feminista hay otro que la califica de objeto sexual, muy en la línea de las mencionadas Wonder Woman y Red Sonja, cuyos vestuarios imposibles las sitúan mejor para ser contempladas por el público masculino que tomadas como ejemplo por el femenino. Otra cosa es si tomamos el potencial “revolucionario” de la serie en estar dirigido a un público femenino homosexual, que pueda por igual tomar a las protagonistas como modelos, o al menos aferrarse a ellas como representación “normalizada” de las relaciones lésbicas, al mismo tiempo que las contempla como objetos sexuales sin que ello le suponga ninguna contradicción.


Los fanfictions de Xena, de hecho, constituyen casi un género en sí mismos dentro del fandom y han dado origen a dos categorías, el “Alt” y el “Uber”. La primera no se encuentra muy extendida, pero sería la versión femenina del slash, casi inaugurada en el imaginario del fandom por la propia serie. Los defensores de esta denominación se basan precisamente en la ausencia casi absoluta de fanfictions de contenido lésbico en el slash, más centrado en Kirk y Spock o Batman y Robin, hasta la irrupción de Xena y Gabrielle. El “Uber”, por su parte, bastante común, consiste en la reubicación de los personajes en una época o contexto diferente al original, en ocasiones otro mundo de ficción ya existente.

La propia Xena: Warrior princess juega al “uber” en el capítulo Deja vu all over again, que cerró la cuarta temporada de la serie, donde asistimos a las reencarnaciones de Xena, Gabrielle y Joxer en la actualidad, sólo que con el alma de Xena en un cuerpo de hombre, lo que da para otro beso entre las protagonistas. El capítulo, de 1999, fue una broma paralela a otro de la serie madre, Hercules, titulado For Those of You Just Joining Us..., en el que los actores del reparto aparecían interpretando a los productores de la serie y decidiendo si la cancelaban o no). El antes mencionado capítulo del cómic Strangers in paradise sería una pirueta “uber”, ya que, en sí, es un “uber” de los personajes de Sip trasladado al universo de Xena, pero al mismo tiempo señala los paralelismos de estos como “uber” del trío principal Xena-Gabrielle-Joxer. Los escritores de fanfictions sobre Xena: Warrios princess, además, son llamados “bardos” o “rookers” en honor a la aedo aprendiz Gabrielle.


Xena nació como objeto sexual en la misma medida que Red Sonja. La lectura homosexual se explotó en aras del negocio, y siguió siendo una fantasía sexual masculina entronizada por el porno –y por Baudelaire–. Ahora bien. Si atendemos a Internet, la mayoría de fans y escritoras de fanfiction son mujeres, y el fenómeno trasciende círculos del fandom habitual de los mundos de ficción para introducir en el colectivo homosexual como “forma de vida alternativa”.

Esto puede interpretarse como que en última instancia la verdadera carga subversiva de Xena se encontró en hacer explícita un tipo de sexualidad o mirada lúbrica normalmente reservada en el inconsciente colectivo a los hombres heterosexuales en otro digamos diametralmente opuesto en la escala de lo políticamente correcto –en el contexto en que fue producida la serie– como el de las mujeres homosexuales. Es decir, en explicitar esa agresividad física y sexual y asumirla como “normalizada”. Tampoco es en realidad algo subversivo, pues como todo en el capitalismo, amplia la base del modelo disfrazándola de derechos asumidos, pero sin atacar a las bases del sistema, y además se produjo para ganar dinero –y dentro de la campaña de asunción de normalidad de lo geek, que en el fondo no es sino el consumismo más abyecto de objeto absurdo que sirven de placebo de participación en unas sagas/franquicias–.

XENA I: La vagina dentada quijotesca


Xena: Warrior Princess fue una serie de televisión emitida entre 1995 y 2001 en EEUU, coproducción mitad norteamericana mitad neozelandesa rodada íntegramente en el país oceánico. Considerada serie de culto, nace casi por casualidad como spin off de Hercules: The legendary journeys, antepenúltima adaptación de las aventuras del semidios griego. La serie, de argumentos sencillos que mezclaban sin demasiadas pretensiones diversos mitos griegos, usaba las entonces novedosas y por mejorar técnicas de animación por ordenador para crear efectos especiales muy limitados por el presupuesto.

Xena nació como personaje secundario de la serie madre, una señora de la guerra antagonista del héroe, a la que conocemos por primera vez cuando seduce a Iolus, el fiel compañero del protagonista. La popularidad del personaje, una especie de mezcla de femme fatale y guerrero temible, que mantiene la obediencia de su ejército combinando la atracción que produce en sus hombres con el miedo que les infunde su espada –cóctel freudiano donde los haya–, la hizo reaparecer para ser redimida por el amor del héroe y, finalmente, acabar mereciendo su propia cabecera.

Así, Xena, encarnada por la actriz Lucy Lawless –que había interpretado previamente hasta tres o cuatro personajes secundarios diferentes dentro de la serie de Hércules, uno de ellos una amazona con malas pulgas que adelantaba algunos aspectos de la “princesa guerrera”– consiguió su propia serie, un spin off que partía de mayor precariedad de medios y argumental que su hermana mayor. La despiadada antagonista de Hércules recibió en el primer capítulo su “Robin” correspondiente, la joven e inocente aspirante a bardo Gabrielle, encarnada por Renée O´Connor, que le sirve de contrapunto.


Los parentescos de Xena dentro de la floresta mitológica, que diría Román Gubern, y del superpoblado imaginario del fandom no son pocos. Para empezar, recuerda poderosamente a la Wonder Woman de DC, con la que comparte el contexto griego, la filiación a las amazonas, el título de princesa y, por supuesto, la capacidad de amenazar al orden patriarcal por su agresividad tanto física como sexual. Xena y Gabrielle interactúan a menudo con las amazonas, aunque no con Hipólita, madre de Wonder Woman en su propio universo, ya que este personaje fue “quemado” por la serie madre. El diseño de la armadura de Xena recuerda también al del traje original de la superheroína de la DC, con la combinación de coraza “escotada”, falda y botas altas. Incluso el ‘chakram’ de la guerrera cuelga de su cintura en posición similar a la del lazo
de Wonder Woman.

Sobre las lecturas lésbicas del asunto, cabe citar al psicólogo austriaco Frederic Wertham, creador del tópico sobre la homosexualidad latente de Batman y Robin en su obra Seduction of the Innocent, publicada en 1954 y que dio lugar al Comics Code, equivalente del Código Hays de Hollywood para la industria del cómic, en el cual no sólo tenía dobles lecturas para el vigilante de Gotham City: “Para los muchachos, Wonder Woman es una imagen temible. Para las chicas es un ideal mórbido. Ahí donde Batman es antifemenino, Wonder Woman y su contraparte son definitivamente antimasculinas”.


En la célebre serie de televisión de Batman de los 60, con su estilo desenfadado que se recreaba en el camp y su propio ícono gay en Julie Newmar, una de las tres actrices que interpretaron a Catwoman, los productores introdujeron el personaje de una tía nunca mencionada de Bruce Wayne, y más tarde a Batgirl y su romance con Robin para alejar el fantasma de la homosexualidad. En los cómics, durante los 50, el justiciero enmascarado ya había conocido a Batwoman, diseñada a tal fin. Xena y Gabrielle, además de los múltiples novios encontrados por el camino –incluidos Hércules y Iolus–, recibirían una parodia de estos personajes ideados para “deshomosexualizar”, el torpe Joxer, canijo aspirante a guerrero y eterno pretendiente de Gabrielle.

Xena también es, de manera más o menos explícita, paralela a Red Sonja, el personaje surgido de la adaptación al cómic de las novelas de Robert E. Howard sobre el universo de Conan el bárbaro. Sonja la roja, humilde granjera cuya familia es asesinada por bárbaros saqueadores –y ella misma violada por el líder de la banda–, se convierte en una guerrera sin igual tras pactar con una diosa pagana que utilizará su habilidad para defender a los más débiles –sobre todo a las mujeres– y que sólo se entregará al hombre que sea capaz de vencerla en combate –esto es, al muy testosterónico Conan–. Igual que Sonja, el impulso guerrero de Xena surge al ser su pueblo arrasado por los bárbaros y pactar con Ares, dios de la guerra, del que además se convierte en amante. En este caso, el dios es malvado y la guerrera acabará traicionándolo por amor a su medio hermano Hércules, a cuya sombra comienzan las aventuras de la nueva heroína como las de Sonja lo hacen a la de Conan. 


Aquí es preciso subrayar como, pese a su supuesta condición de heroínas feministas, ambas fueron diseñadas para suponer un doble desafío a los muy patriarcales protagonistas tanto en el terreno físico como en el sentimental, desafío además que éstos acaban superando sin demasiados problemas. Comparten igualmente un vestuario inverosímil para una espadachina, diseñado en ambos casos –el bikini de cota de malla de Sonja y la coraza de escote generoso de Xena– para satisfacer la mirada lúbrica del público más que para proteger de inoportunas estocadas, aunque la vestimenta de la heroína televisiva dejase un margen a la comodidad de la actriz y sus dobles a la hora de hacer cabriolas en el aire.

Por otra parte, la traición de Xena a su “dios protector” alimentará gran parte del argumento de su serie con los intentos de éste por devolverla al redil de la maldad, sustituirla por su número opuesto –Callisto, otra pacífica granjera reconvertida en máquina de matar al ver cómo era asesinada toda su familia, en esta ocasión, ironía de ironías, por el ejército de la propia Xena– o, finalmente, redimirse él mismo a través del explícitamente enfermizo amor que ambos personajes continúan profesándose. El contrapunto a Ares, en todos los sentidos, lo pondrá Gabrielle, y es sobre este equilibrio, que en un primer momento es ingenuamente ajeno a las implicaciones sexuales presentes en la relación del trío de protagonistas, que se construirá la serie.


Podríamos incluso emparentar a Xena con toda una serie de amazonas y “vaginas dentadas” a lo largo de la genealogía mitogénica. Destacan la misma Hipólita y Pentesilea, la amazona defensora de Troya cuyo hipotético romance con Aquiles, inexistente en el mito original, fue desarrollado por obras galantes de los siglos XII y XIII. También Atalanta, compañera de aventuras del Hércules mítico –aparecida como personaje secundario en la serie madre de Xena– y cuota femenina de Los Argonautas, esa suerte de Liga de la Justicia de la Grecia clásica. Igualmente reflejaría a mitos paralelos de otras culturas, como la Mulan china y la Gord Afarid persa, entre otras. Por el camino, podemos volver a citar a Roman Gubern en su célebre Máscaras de la ficción y su análisis de las 'mujeres sublimadas' Ayesha, Antinea o Barbarella. Esta última prima lejana de Red Sonja también surgida en cómic.

En última instancia, y en un looping mitogénico, Xena emparenta con Don Quijote por medio de Gabrielle. La aspirante a bardo, que llega a encontrarse con un Homero joven que da sus primeros pasos como narrador, pretende narrar las aventuras de su compañera en un poema épico respecto al cual la guerrera se muestra bastante escéptica. Estas Don Quijote y Sancho avant la lettre, con los papeles intercambiados, se van influenciando la una a la otra mientras la vocación de la Gabrielle da para juegos intertextuales al principio bastante obvios que ganan complejidad conforme avanza la historia.


También cabe destacar que la serie remite explícitamente al mundo de las películas de acción de serie B, no sólo por sus limitaciones en la producción, que también, sino por las peleas, cabriolas y recursos exagerados, propios de cine de artes marciales de Hong Kong –que los títulos de los capítulos homenajean– y el modelo conocido como “pelea de masillas”, en que el héroe –o heroína– se enfrenta a un puñado de rivales sin cara. Igualmente la premisa de la que parte la serie no es muy diferente al de otras como The A-Team, etc., en que el héroe o héroes van de pueblo en pueblo ayudando a campesinos contra mafiosos genéricos, cual pistolero solitario o ronin del japón feudal.

El mérito de la serie, quizás, se halle en un comienzo más que convencional y formulaico, en el que Xena y Gabrielle no pasan de ser contrapartidas femeninas de Hércules y su compañero Iolus con los roles ligeramente trocados –ya que Iolus suele representar un punto de vista más práctico frente al idealista Hércules– que fue evolucionando, casi inconscientemente, hacia un discurso mucho más rompedor, original y falto de complejos que el de su serie madre. Sobre todo, hay que señalar que Xena nace en medio de la ficción en serie propia de los 90 para perecer como una de las primeras pica del “nuevo estilo”, más intertextual, autoconsciente y desenfadado del cambio de siglo –aunque impregnado de la misma y grandilocuente “voluntad de trascendencia” de sus predecesores–. La serie era, en principio, un producto de entretenimiento de, valga la redundancia, serie B –lo cual no tiene nada de malo– destinado a un público más bien joven con el reclamo de la acción, bastante humor y, a qué negarlo, las raciones de piel al aire que el vestuario permitía, tanto de las protagonistas como, en aras de la paridad, del musculado dios Ares y algunos de sus secuaces.


Pero Xena acaba liberándose de la fórmula consabida en la que las dos protagonistas caminan de pueblo en pueblo desfaciendo un entuerto por capítulo, mientras Xena ejerce de mentora y la inocencia de Gabrielle la ayuda a redimirse, con el enfrentamiento a Ares como telón de fondo para los cliffhangers de final de temporada. En lugar de eso, se entregará al más delirante sincretismo histórico y mitológico, ampliando el restringido mundo de aldeas saqueadas por bárbaros impuesto por el presupuesto hasta el punto que las protagonistas llegan a enfrentarse a Julio César o a salvar a Ulises de las sirenas, además de hacer de guardaespaldas de un trasunto de Jesucristo llamado Eli o interactuar con el mismísimo arcángel Miguel, que llega para anunciarles sendos embarazos inmaculados –coincidentes con el primero en la vida real de la actriz Lucy Lawless– que resultarán en el nacimiento de dos niños mesíanicos destinados a provocar la extinción de los antiguos dioses.

(continuará...)

domingo, 20 de febrero de 2011

El personaje Ruth y el personaje Hannah

Me han regalado hace nada ‘Sexual-mente’, de Nuria Roca. No pregunten. El libro es cortito y se lee en dos sentadas, asi que me ha durado menos de un fin de semana. Es una de esas cosas que no puedes decir si están bien o mal escritas, porque su función la debe cumplir, y para eso está. Tampoco acierto a adivinar si realmente lo ha escrito quien lo firma –que me perdone Nuria Roca, pero es una pregunta inevitable–, y sobre si todo es verdad o es mentira, ya hay un par de capítulos dedicados a decir que ni sí ni no, sino todo lo contrario. Que está escrito con plantilla, eso ya os lo digo yo.

En ‘Una mujer difícil’, de John Irving –adaptación al cine con Jeff Bridges y Kim Basinger hace unos años–, la protagonista, Ruth, es una escritora a la que su amiga Hannah le tiene detectado un ‘tic’ recurrente –y ese símil es un tic recurrente de Irving, pero dejémoslo para otro momento–: las recrea a ambas en cada novela. Por un lado, el ‘personaje Hannah’, una mujer desinhibida y, a juicio de la narración, un poco zorra. Por otro, el ‘personaje Ruth’, la protagonista, más mojigata y moderada, pero que suele despendolarse gracias a la amiga.


En ‘Sexo en Nueva York’ tenemos, como decía Brian Griffith –el perro de ‘Padre de familia’–, a tres prostitutas y su madre. A efectos prácticos, a tres cursis superficiales y estúpidas y a Samantha, Kim Cattral, haciendo de zorra para que ellas lo parezcan menos. Pero de muy muy zorra. No he llegado a ver suficientes capítulos como para verle las tetas tan a menudo como otros, pero recuerdo un diálogo en que Charlotte –la morena estreñida– le pregunta si su vagina tiene visitas turísticas “porque siempre está abierta”.

En ‘Ally McBeal’, para que ella y sus amigas petardas no nos pareciesen tan insoportable, estaba Jane Krakowski haciendo de la ‘secretaria cachonda’. Pero les salía el tiro por la culata, porque ella y ‘Bizcochito’ eran los únicos personajes que parecían meridianemente simpáticos. La serie iba de progre, pero a la mínima le atizaba al personaje de la Krakowski, “por zorra”, que daba asco. Será un trauma de mi mente adolescente, pero a mi la actriz me sigue dando un morbo de la leche sólo por ese papel. Que su personaje en ‘Nine’ lo hiciese Penélope Cruz me causó casi el mismo trauma que la superposición Antonio Banderas/Daniel Day Lewis. Pero eso, mejor otro día.

En fin. Nuria Roca tiene en su libro una “amiga Esther”. La procaz, en el fondo, en la forma y en el habla, que lo prueba todo antes que nadie y va repartiendo consejos, que escandaliza, o al menos obliga a hacerse las escandalizadas, a las demás, y se tira a todo bicho viviente, de vez en cuando de uno y otro sexo. La protagonista –que vamos a llamar Nuria Roca, aunque el libro podría haberse escrito con plantilla para que encajase cualquier otra famosa televisiva con cambiarle un par de detalles– acaba haciendo caso a sus recomendaciones con relativa timidez al principio pero disfrutando como una enana finalmente. Ejem. 


Hay un capítulo en que Nuria habla de esa tía que hay en todas las familias que se harta de viajar y es tela de progre. Admite el tópico tal cual, como lo son el resto de personajes del libro, incluyendo a Eduardo, el editor, que hila un capítulo con otro en virtud de lo locos que supuestamente se están volviendo el uno al otro. Y ella lo deja por escrito para que vaya a imprenta. Qué guay. En otro, habla de que un novio le decía que las revistas de moda femenina parecen hechas para tíos, por la cantidad de fotos de señoritas en ropa interior y cara de viciosas. Hombre, a lo mejor son para lesbianas. Pero vamos.

El libro de Nuria Roca, cámbiale una coma allí y un localizador allá, parecería una recopilación de entradas del blog ‘La cama de Pandora’, en elmundo.es, que firma Pandora Rebato –y su gato Prometeo–, periodista de edad indeterminada y que disfruta de su sexualidad alegremente. Ella tiene una amiga Lucía y una amiga Elena, y sus anécdotas son como los argumentos de ‘Cuentamé’ o ‘Rome’: como no se trata de ser verosímil, sino representativo, y todo tiene que pasarle al mismo protagonista, pierden gracia por acumulación.

Antes de seguir, hay una película, ‘Las mujeres perfectas’, dirigida por Frank Oz, la voz de Yoda, y protagonizada por Nicole Kidman. Christopher Walken “robotiza” con un chip en la cabeza a todas las hembras de un pueblecito perdido para que se comporten como zombies, perfectas amas de casa de los 50. Lo gracioso del engendro es que, aunque Nicole y sus amigas –una gorda progre y un gay, que junto a ella, mujer profesional, desafian el orden patriarcal establecido– ganan, da como lección que “no es necesario nada perfecto”.

Es decir, que el rollo cincuentero si que es perfecto, sólo que “no hace falta” aspirar a él. A, ninguna de las zombificadas femizonas se divorcia de los capullos de sus maridos que permitieron la robotización –todos menos el de Nicole–. Y en la relación del amigo gay, él, como más ‘amanerado’, tiene el rol de la chica. Pero, eh, la peli es feminista. ¿No ven que la mala al final es Glenn Close?

Como ya sabemos que no hay nada más machista que una mujer machista, y que además el machismo se transmite por vía materna, ¿para qué se escriben todas estas historias de mujeres liberadérrimas que tiene que fingir, básicamente, que la que lo está más que ellas es una zorra? Tampoco es que haya que caer en el “soy puta pero mi coño lo disfruta”, para empezar porque... ¿eres puta por follar mucho y bien? ¿O vivir tu sexualidad es hacer realidad fantasías masculinas? 


No, en serio. No hay nada más machista ni absurdo que la literatura “para mujeres”. Susan Tamaro –que escribe de eso, aunque le pese– se quejaba de que la gran liberación de la mujer se quedó en apenas sexual, y porque les convenía a los hombres. No iría tan desencaminada, la señora. Y todavía me estoy preguntando para quién exactamente está escrito el libro de Nuria Roca, pese a que tenga momentos geniales como en los que echa en cara a sus amigas que le exijan a cada tío que sea un atleta sexual mientras ellas no se preocupan en absoluto de dejarlo satisfecho –o satisfacido, según el día–.

Otra cosa bastante irritante de ‘Las mujeres perfectas’ era que los maridos quieren esposas zombie para poder pasar el día... bebiendo, fumando y peleando con coches teledirigidos. Vale que es una comedia, una especialmente idiota –por Nicole necesitaba pasta y Frank Oz iba borracho–. Pero tócate los cojones. El machismo asigna roles a todos. Como dice el chiste “Me dicen gay porque no me gusta el fútbol, pero en realidad soy gay porque me gusta comer pollas”.

A servidor, asín, por darle un toque personal, lo que vienen siendo las pollas como que no. El fútbol si. Pero no fumo –y un puro no es siempre un puro, “machotes”– y odio los coches y casi todo lo que tenga ruedas. Y veo ‘The Good Wife’ y me encanta. Sobre todo, me pregunto por qué no deja de una puta vez Julianna Margulies al capullo de Mr. Big.

Aparte, lo de lanzar hojas al aire mientras chillo y me golpeo el pecho rítmicamente, para ahuyentar a otros machos que puedan arrebatarme el dominio de la manada, no lo llevo mucho. Lo dice Leonard en ‘The Big Bang Theory’. En la era de la Información, nosotros somos los machos alfa. Marcamos paquete con sms o entradas del blog. O con reportajes. O no.

Y como diría Ian Malcolm, otro que tal bailaba, intentando integrar chulería y empollonismo –un Indiana Jones de la vida, quizás–: “Aquí estoy yo, hablando sólo. Eso, eso es la teoría del caos”.

Nos vemos en un flash.

(Y las ilustraciones, de 'Sócrates, el semiperro' y 'Las olivas negras', con Sfar, judío francés, en toda su gloria).

lunes, 31 de enero de 2011

Debajo de la barba

- ¿Por qué llevas barba? –preguntó Ángela.
- No puedo contártelo, es un secreto –contestó Jose.
- Si no me lo dices, gritaré, le diré a Papá y Mamá que te has metido conmigo y te castigarán.
- Bueno, está bien. Llevo barba para ocultar una cicatriz. Va desde aquí hasta aquí, debajo de la oreja. Me la hizo mi antiguo jefe, un capo del narcotráfico, porque me enamoré de su hija y la ayude a escapar de la hacienda donde la retenía, como una flor de invernadero, para que cumpliese su sueño de conocer Europa.
- José, nosotros ya vivimos en Europa. Y eso es mentira.
- Tienes razón. En realidad la llevo para ocultar las horribles señales de quemaduras que tengo desde mis tiempos de tragafuegos, cuando viajaba con el Circo Mundial. Por entonces yo tenía una novia equilibrista, de madre rusa y padre turco, el pelo negro y ensortijado y los ojos azul hielo. Un día, mientras ensayaba mi número, haciendo malabares con las antorchas y masticando el humo, la vi paseando de la mano con Sansón, el forzudo del circo, sordo y mudo de nacimiento, algo botarate pero de buen corazón. Fue tal el impacto que me dio tos, con tan mala suerte que me ardió toda la cara.
- También es mentira, las quemaduras te dejarían lampiño.
- Ahí has estado lista. En realidad, oculto un tatuaje que me hice cuando era marino mercante. Una vez, mi barco atracó en un puerto en Centroamérica, y yo me fui de borrachera con dos compañeros. La bebida local, fermento de una planta carnívora, nos sentó tan mal que despertamos en una cuneta a horas inadecuadas, de tal suerte que el barcó zarpó sin nosotros. Para sobrevivir, nos unimos a una banda de maleantes que se reconocían unos a otros por un tatuaje con forma de estrella de cuatro puntas color rojo que llevaban en la quijada. Cuando conseguí volver a casa, para evitar que mis antiguos compinches me reconozcan si algún día me los cruzo, decidí dejarme barba.
- Se te notaría de todas formas, te lo has inventado. Me estoy cansando.
- Tranquila, ahora viene la buena. En realidad, me dejo la barba desde el mismo momento en que me cambié el peinado y empecé a teñirme de moreno. Eso es porque en realidad no soy tu hermano, sólo tienes uno y es Manolo. Yo era un agente doble de la Interpol infiltrado en el servicio secreto de una dictadura de Europa del Este, que contribuyó a liberar a miles de presos políticos y a la llegada de la democracia tras la caída del Muro de Berlín. Pero uno de los espías comunistas me descubrió y mis jefes decidieron esconderme, fingiendo que era el hijo de un civil patriota y de confianza, tu padre.
- Papá no es ni civil, ni patriota, ni de confianza, Jose, te puede la ambición con las mentiras.
- Sí, esa era muy evidente. En realidad, lo hago como una promesa. Sabes que un hermano del abuelo murió durante la última guerra. El ejército nos dijo que fue mientras acometía una misión de rescate tras las líneas enemigas, pero yo sé la verdad por una carta que nos dejó su esposa: lo abatió por la espalda un compañero, primo lejano suyo, por una cuestión de propiedad de tierras. En la carta, la tía-abuela encargaba al que de nuestra familia la leyese el primero la misión de localizar a los descendientes del lejano primo cainita y vengar la muerte del tío-abuelo. Como él llevaba barba cuando murió, a causa de estar sirviendo en las trincheras y carecer de cuchillas y espejos, yo me la dejo también, y sólo me afeitaré cuando hecho justicia a su recuerdo.
- El abuelo era hijo único.
- Es verdad. En realidad, todo esto lo digo para ocultar mi complejo: me dejo la barba porque tengo muy poca barbilla y apenas mandíbulas. Si me afeitase, todo el mundo podría ver que mi cabeza tiene la forma de un embudo, y como mis ojos son tan grandes, creerían que soy un marciano y el Gobierno haría experimentos secretos conmigo en alguna base subterránea en el desierto.
- He visto fotos tuyas de pequeño, tu mandíbula es ancha y cuadrada, como la de todo el mundo en la familia.
- Vaya, no hay forma de engañarte.
- No. Si no me lo dices ya, chillaré, gritaré, lloraré y patalearé.
- De acuerdo, de acuerdo. ¿Quieres saber de verdad por qué me dejo la barba?
- Sí.
- Para poder inventarme historias cuando alguien me pregunte por qué me dejo la barba.


Utrera, septiembre de 2008